El cuento del cuerdo que se caso con una cuerda.
Aunque parezca increíble, yo hablo con los
muertos.
Empecé unos años después de morir mi abuelo
materno, que fue al único abuelo que conocí. Abuelas no conocí a
ninguna.
Mi abuelo murió cuando yo tenía unos 4 años, y
sólo tengo un recuerdo de él. Yo intentaba coger las gallinas y mi
abuelo me amenazaba con la cachaba.
El recuerdo, aunque parezca raro por mi corta
edad, es muy nítido. Recuerdo que me decía: Deja en paz a los
pollos y no me toques la polla. Años más tarde supe que los pollos
se hacen gallos y la polla es una gallina joven, pero nunca entendí
por qué elevaba los brazos con la cachaba en una mano, cuando se
refería a los pollos y se llevaba las manos a la bragueta cada vez
que se refería a la polla.
Cuando llegué a la adolescencia tenía largas
conversaciones con muertos que ni siquiera conocía. Había días que
incluso les pedía ayuda para los deberes y consejo para ligarme a
alguna chica que me gustaba.
La verdad que yo disfrutaba hablando con ellos, y
eso que me costaba buenas palizas e insultos de mis mejores amigos.
Como dedicaba mucho tiempo a los muertos, con los
vivos tenía poca relación y poco contacto, excepto en las palizas,
insultos y escupitajos, que el contacto era real.
En la mili, las palizas aumentaron, las putadas
eran infinitas y los días de calabozo eternos, y por eso creo que
fueron los mejores de la mili, ya que hablé todo lo que quise con
los muertos, y nadie me increpaba.
En mis cuatro años de calabozo les pregunté
muchas veces por qué me sucedía esto cada vez que hablaba con
“ellos”, pero la verdad es que no me solucionaron mis dudas, y
daban la callada por respuesta, o hablaban tan bajito que para mi era
imperceptible. Y eso que intentaron violarme muchas noches, y ahí si
que gritaban los cabrones. Y ahí si que notaba su presencia, y eso
que no los veía porque me tapaban los ojos. Y los muertos no son
fríos como dicen, por lo menos los que conocí en el calabozo. Estos
estaban calientes de cojones.
Cuando cumplí los 30 me llevaron a un hotel muy
chulo en el que había más personas como yo, que también hablaban
con los muertos, con las paredes, y otras que no hablaban con Nadie.
Había muchas personas de las que se decía que no hablaban con Nadie
y aunque pasé varios años en ese hotel, nunca me presentaron a
Nadie. Me hubiera gustado hablarle, aunque hubiera sido el único.
También tengo que decir que esas camisas tan
apretadas son incomodísimas. No te dejan ni mover los brazos. Decían
que eran de fuerza. Normal, porque había que hacer mucha fuerza para
moverse.
El cuerdo y la cuerda
Años más tarde me encontré en la calle, a una
mujer que se parecía mucho a una del hotel de las que no hablaba con
Nadie, y me habló. Yo le dije que yo no era Nadie, que igual se
había equivocado de persona, y me contestó que me quería.
La verdad es que eso me llamó mucho la atención,
porque que yo recuerde, nunca me habían querido, si exceptuamos los
muertos del calabozo, que me dijeron muchas noches que me querían
cuando venían a desnudarme y darme calor.
Al final nos hablamos, y le conté mis
conversaciones con los muertos y ella me contó algo, pero no me
enteré porque yo seguía hablando con los muertos, y nos fuimos a
vivir juntos.
Desde entonces estamos juntos y casi siempre está
enfadada conmigo, porque dice que no la hablo y que no la escucho, y
es que no puedo evitarlo; me encanta hablar con los muertos, porque
me escuchan y jamás me han llevado la contraria.
Además con los muertos me pasa como con mi mujer
cuando está enfadada; Yo les hablo y no me hacen ni puto caso.
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